Vitico, la leyenda del beisbol
Jesús Antuárez*
*Sociològo y periodista
Tan pronto supe que Víctor Davalillo vendría a Maturín me dispuse a verlo, y de ser posible a entrevistarlo. Fue hace varios años en el destartalado estadio “Las Comunales”, hoy remodelado, hay que reconocerlo, por el gobierno regional.
El esfuerzo valió la pena, y de qué modo, porque se trataba, nada más y nada menos, que del pelotero más valioso en toda la historia de la Liga Venezolana del Beisbol Profesional. El bateador más productivo, el más versátil, el recordman… en fin, el más grande ídolo deportivo de mis años juveniles.
Allí estuvo “Vitico”, dictando una clínica junto a otros peloteros en el marco del programa “Beisbol y amistad”, promovido por la embajada de los Estados Unidos, en medio de un sol abrasador. Para mi sorpresa había poca gente en un parque malherido por el abandono que mostraba su peor cara, de modo que sin restricción accedí al campo donde un grupo de peloteritos, escuchaban atentos.
Y como un caimán que pacientemente acecha a su presa al recodo del rio, inicio un diálogo que tenía como intención ganarme su confianza para que me concediera la entrevista, consciente de su fama de refunfuñón. Felizmente para mí, terminamos sentados en las gradas adonde lo llevé para protegernos del sol.
Ha sido esa, una de las más grandes satisfacciones que la vida me ha dado. Interrumpido por una que otra persona que se acercaba a pedirle autógrafo o a tomarse fotos, estaba, en exclusiva, con el octavo pelotero venezolano en llegar a las grandes ligas en 1963. Guante de oro y candidato a novato del año en 1964. Miembro del Juego de las Estrellas en 1965. Campeón de dos series mundiales con los Piratas y Oakland en 1971 y 1973 respectivamente, y quizás lo más recordado, su participación como emergente tocando la bola en la memorable Serie Mundial de 1977 entre Dodgers y Yankees, después de 3 años de haberse ido del beisbol mayor y con casi 40 años de edad.
Y uno se pregunta al verlo de cerca, cómo un hombre de su tamaño y contextura delgada, por no llamarlo débil, como Vitico, del cual algunos aseguraban que “jugaba hasta rascado”, pudo llegar donde llegó en un deporte tan exigente como el beisbol. Solo cabe una respuesta: genialidad, habilidad, inteligencia, destreza, talento, dedicación y un profundo amor por el beisbol.
Le pido detalles sobre su más famosa jugada robándole un cuadrangular a Bob Darwin, que quedó plasmada en una de las fotos más recordadas del deporte venezolano. La espectacular atrapada la complementó el hecho de que “el diminuto” Davalillo, sin perder de vista a la pelota, arriesgando su físico contra el muro de hierro y concreto, prácticamente se la sacó de las manos a un fanático en un juego de la final contra las Águilas del Zulia. “Eso fue el 28 de enero de 1973 – dice Vitico- yo acostumbraba a jugar profundo cuando lanzaba Luis Peñalver porque le conectaban con mucha fuerza y Darwin venía de ser el campeón jonronero con Magallanes”. Le expreso mi sorpresa porque esas jugadas generalmente son hechas por peloteros altos y porte atlético y me cuenta que en sus años mozos fue, además de repartidor de leche en Cabimas, corredor de 100 metros planos y atleta de salto alto… ¡no se diga más!
Los Leones, gracias a esa joya, terminaron campeones de la temporada.
Otro detalle que lo definió fue su manera de tocar la bola, dragándola hacia donde quisiera, no para sacrificarse como es la costumbre, sino para llegar a primera. ¡Grande Vitico!, quien además ha sido, como lo definió Humberto Acosta “una especie en extinción” porque fue un excelente lanzador, en tiempos cuando Shohey Ohtani aún no había nacido.
Sus 1505 hits y sus 30 temporadas en Venezuela serán dos record difíciles de superar.
Ayer, a sus 84 años, Vitico abandonó este mundo. Una afección en sus riñones, pulmones e intestinos lo agarraron “fuera de base”. Si existe algo mejor, más allá de este mundo, para un grandioso pelotero como él, sin duda es “El campo de los sueños”, donde seguramente seguirá jugando con César Tovar, Gonzalo Márquez y Roberto Clemente, tres de sus más grandes amigos, por nombrar algunos.
¡Gracias Vitico por tantas alegrías!