Educar para cultivar esperanza en una Venezuela en transición

Yolimar Herrera*

*Doctora en Educación, docente e investigadora UPEL. Actual Jefe del Departamento de Cincias Naturales del Instituto Pedagògico de Maturìn

Venezuela, como país, atraviesa un proceso complejo en el que el dolor y la desesperanza se han apoderado de la sociedad, especialmente de las instituciones educativas. Esta Venezuela triste necesita nuevos escenarios donde las palabras que evocan cercanía y energía vital puedan calar en el imaginario colectivo. Es hora de avanzar hacia un escenario de unión, de reconocimiento, dejando atrás el lenguaje de la despersonalización, la destrucción y la separación. Se trata de pensar desde nuevos referentes más inclusivos, de abrirse a nuevos horizontes. Hay que abrir el compás para las diferencias desde la tolerancia y, al mismo tiempo, para las homogeneidades desde el bien común. Estos retos representan desafíos para la formación de los individuos en el clima cultural de la Venezuela actual.

Es hora de empezar a pensar y dar pasos hacia el encuentro con el otro, hacia horizontes nuevos en los que la diferencia no sea motivo de rechazo, sino de comprensión. La intolerancia ha dañado profundamente al ser humano en su condición de ser social. En efecto, la intolerancia ha destruido esta sociedad y nos ha convertido en individuos ciegos a la empatía con los demás.

La educación en la Venezuela del encuentro con el otro debe ser una prioridad. El deterioro no es solo en la infraestructura escolar, sino en la persona humana misma, en sus cimientos antropológicos. Como señala Millán (2020), el daño antropológico es “una afectación de la condición de la persona humana en sus diferentes dimensiones personal e individual, comunitaria y relacionamiento con el otro” (p. 13). Esta situación profundiza el deterioro del hecho educativo, pues en una sociedad con tal daño, se desdibuja la esencia de la educación: la construcción de un país de ciudadanos con derechos y deberes. El horizonte que se vislumbra es la resignación, que conduce a la pérdida de la condición de persona humana, aquella con derechos humanos fundamentales e inalienables.

El clima cultural del presente está marcado por fronteras, fisuras, modificaciones y cambios en las estructuras y fundamentaciones de las ciencias sociales. Estos cambios deben dar cuenta de nuevas maneras de razonamiento, y la historia es una aliada fundamental para revertir la distopía que hoy vivimos.

La educación debe reinventarse para resurgir de las cenizas en las que se encuentra. Los educadores debemos plantearnos un camino de nuevas inteligibilidades de la realidad, para crear los cimientos de una refundación institucional. Debemos ser propiciadores de nuevas posibilidades para enfrentar las inestables condiciones culturales.

El reto es vislumbrar una Venezuela donde construir nuevos caminos profesionales sea posible. Una Venezuela del encuentro en medio de las diferencias, esa Venezuela es pensable en términos de una reconciliación y concertación nacional.

La apuesta es a una Venezuela en transición, donde la vida profesional se ejerza desde la creatividad para imaginar nuevas formas de ser humanos, de relacionarnos con otros grupos sociales y de encontrar nuevas fuentes de financiación que garanticen la supervivencia de las instituciones educativas ante las posibles amenazas de asfixia presupuestaria como forma de control.

En este contexto, el educador debe ser un agente de cambio capaz de transformar su propia concepción de la educación y de su rol como docente. Los modelos actuales no son adecuados para contribuir a la recuperación de un país profundamente distorsionado.

La investigación es un medio indispensable para lograr el cambio en la educación y en el educador. Es una metamorfosis, un sismo que sacude los modelos obsoletos y agotados. Es esperanza ante los obstáculos, pues siempre ofrece una nueva forma de entender la realidad, que permite otra manera de ser. Por ello, la educación debe ser investigativa y esperanzadora. Su objetivo debe ser recuperar la confianza en el otro, pues el progreso de un país se basa en la confianza en sus instituciones.

Es necesario recuperar la esperanza y los sueños. Debemos encontrar nuevas formas de relacionarnos que nos permitan reencontrarnos con nosotros mismos, con los demás, con la vida y la alegría. La investigación y la educación deben trabajar juntas para lograrlo, porque el sufrimiento de un país debe terminar.

La reconfiguración de la educación implica investigar para repensar y proponer acciones que permitan que la educación sea un espacio social para la manifestación de lo cotidiano, lo simbólico, lo cultural y lo científico. Esta opción ofrece la oportunidad de desarrollar la educación a partir de la sinergia de posiciones, algo que no es posible desde la actual expresión de desesperanza.

Merecemos ser tratados con dignidad como seres humanos, merecemos vivir con alegría, y merecemos una educación que nos permita aspirar a un clima de progreso que dignifique a la persona humana. Por eso, necesitamos otros referentes para mirar la educación, necesitamos un nuevo currículum, y necesitamos afianzar los vínculos entre la razón y la pasión. Debemos hacer ver al hombre como un ser integral, con sueños y esperanza de vida, y que cuando reflexione sobre cualquier problema lo haga desde la complejidad que implica ser un ser humano.

Esto será posible en una Venezuela donde la esperanza se cultive en cada espacio donde educar e investigar sean una rutina. Merecemos una educación para la esperanza, por lo que no debemos permitir que el pensamiento abandone su lucha o se canse. Nuestro compromiso como educadores e investigadores es no dejar morir la educación, no dejar morir la esperanza.

Referencias

Millán, F. (2020). El daño antropológico que vivimos todos los venezolanos en este momento. Revista: Habla el país nacional. Conversatorio online InfoCifrasTV.

Organización de las Naciones Unidas (1948) Declaración Universal de los Derechos Humanos. 183 a sesión plenaria, 10 de diciembre de 1948